Al primer play, tanto caos y semejante cacofonía compositiva pica en la retina pero de inmediato te seduce el chorro de expresión bruta derritiendo pixeles en un lienzo RGB hecho a mano alzada, lleno de valores plásticos subvirtiendo la imagen, usando libremente quicktimes, plugins, presets en lugar de pinturas acrílicas, componiendo y descomponiendo como si las decisiones viniesen arrastradas por la limitaciones siendo una virtud dentro de tanta rabia creativa y divertimento plástico.
Ya los Fluxus lo reclamaban en su época cuando decían que “el arte debía ser simple, divertido, preocupado por las insignificancias, sin necesidad de habilidades o ensayos interminables”. Cada pieza comienza y termina en ella misma. Sin más: volúmenes geométricos, explosiones, lenguas, gatos, huecos negros, glow, breakdance, fractales y tetas, disfraces, patrones orgánicos con efecto de lava satinada, ostias, chromas mal perforados, rayos laser, texturas infinitas, franjas de error de vhs, un go-go dancer y mucha imagen escalada sin “shift”.
Hay los que logran llegar ahí de forma natural y legítima saltando entre una cosa y otra sin prejuicios formales ni estilísticos, expulsando sin dolor una combinación inverosímil de elementos visuales en un gran acto de catársis visual. Y están quienes hacen el gran esfuerzo postmoderno (en estilo y técnica) de imitar o reconstruir con mucha filigrana y purismo errores y presets análogos (VHS noventero por ejemplo) a base de metódica maña digital incluso usando cacharrería real para encontrar esa divina imperfección.
Da igual el camino, todo sea por un RGB más sucio, inútil, más ateo, dadá y fortuito.
Por un video más brutal.
Créditos:
Música e imagen: Black Dice
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